Tarde de calor en Uruguay

NOVIEMBRE 2011


Son casi las doce. Debemos salir 12.30 y ya abordamos un enorme buque que parece un enorme pasillo de cine (pero con las butacas en el pasillo)...

Acabo de cambiar de asiento por uno en otro pasillo (donde aparte pusieron el aire acondicionado y me pusieron a pensar sobre la impertinencia de las bermudas elegidas).

Unos viejos toman cerveza con extraña elegancia unos asientos delante. Desde las ventanas cercanas se ve el horizonte.



12.30 zarpamos. Uno de los viejos, dominado por el sueño que el arrullo de la superficie del río le provee en su marcha dijo: "Ahora se notan las huellas de la noche": Absolute winner.

El video de seguridad del buque dijo: "bienvenidos al Silvia Ana" cuando nuestro supuesto buque era el Atlantic III. Algo me dice que equivocamos la fila y nadie nos lo hizo notar. La única diferencia sería que así tardaríamos tras horas en hacer un viaje de sólo una. Debería ir regulando el mate, por las dudas.



14:00 hs. Acabamos de salir de la terminal. El viaje era el correcto, pero el mate lo dejé porque la escritura, el mate y el vaivén del río no son amigos en mí. Salimos a las 14 (15 de acá) a una soleada y ardiente Colonia que a las pocas cuadras inicia el casco histórico con su original muralla de lo que fue un fuerte en la época de las invasiones.
Conviven casas con locales preparados para la afluencia turística. Intuyo una vida casi de juguete, por momentos aburrida en las callecitas altibajantes de piedra, con sus ínfimas veredas contra casas bajas de típico estilo portugués (grandes faroles, poca ventana, paredes de piedra). Es como la versión urbanizada de la Isla Martín García: El toque citadino se lo dan los autos estacionados en las callecitas y las grandes marcas siempre presentes.

El calor hace bajar la tasa de disfrute un 45% como mínimo. Se hace necesario dejar de caminar al sol y hallar lugar para comer, para beber, para respirar...



18:15 hs. Última parada antes del retorno. Ésta es en la playa de piedra del casco antiguo (al que accedemos por ¿tercera vez?) Las anteriores paradas fueron en el muella de Yates (donde almorzamos al viento), la Plaza de los Cimientos, donde pasarelas delimitadas cruzan entre las bases halladas de una antigüísima casa; una tercer parada fue en la Plaza Principal a pocas cuadras del casco.

En esta playa decido iniciar mi homenaje, mitad tentado por tanto uruguayo incitando al vicio, y tomarme unos buenos mates frente al río ese enorme con horizonte, sin olas; ese río de Solís, ese tan distinto al de la otra orilla.
Resultó imposibleuna piedra que no devolviera el calor acumulado durante tantas horas de hoguera solar. Ya no importa. Un arbol da su sombra y es suficiente.

Más de una hora de divague es algo, al menos, restaurador. Pensar en nada nítido, mirar las aves. Apreciar la forma de su vuelo. Sin suponer, sin razonar. Contemplar el abismo acuático, hablar sin rumbo, reir sin fin; hermoso divague.



Antes de las luces, sobre el río en penumbras, de la Buenos Aires costera; antes incluso de larga espera para abordar la embarcación del retorno; justo antes de decidir ese camino, una última recorrida por las callecitas coloniales me deparan la última intriga, como un epílogo atrapante: La noche cae como lento manto sobre Colonia, los faroles en cada esquina, en cada casa, empiezan a encenderse, los bares dan ahora una mágica bruma, como el murmullo de un jazz en las cercanías; y me hallo anhelante de una noche y un amanecer en la ciudad.

Después de las luces de la Buenos Aires costera, mis ganas del retorno se afirman como un verano.



ALEXIS DEGRIK

1 comentario:

Prof. Loy Pescio dijo...

Lo bello de mirar al infinito, la plenitud que se siente en el vacio de la no-mente, aunque sea por 60 min, Gracias por el Viaje!